lunes, 15 de diciembre de 2014

EL ESCRITOR COBARDE

El escritor cobarde ya no escribe,
anota,
no apostó a ganarse la vida con sus textos
porque el premio era el sustento incierto.

Es de los que defiende que, para cuando todos aprendimos a leer,
los de siempre ya publicaban,
cada vez más, sus "yo, lo que creo"
pertenecen al creer y no al crear,
cometió el error de perseguir a las mujeres sobre las que escribía
en lugar de a las que le leían,
no le importa la clase,
ya se la quería saltar de estudiante,
y no está clara su deriva vital:
¿se resigna a sobrevivir
o se esfuerza en no desentonar?

El escritor cobarde canta viejas canciones,
su lamento resuena por todas las plantas del párquing,
y los clientes pasan, inquietos, ante su cabina,
pese a que él les sonríe y les dice “buenas noches”.

Hace tiempo que no carga con mochilas ni bolsas de plástico,
tiene demasiado sueño para la cultura,
malgasta su vocabulario en las redes sociales,
y luego aqueja anemia literaria,
le auguran que el amor le espera en un futuro no precisado,
y él responde, enojado:
“¿qué más me da que encuentre a alguien que me quiera
si no la quiero yo a ella?”
,
mientras sigue sin dar en su bolsillo con la llave de la alcoba de la filosofía,
de la que recuerda la tristeza del paquidermo viendo a la cebra atacada por las leonas,
a creer en morir de tener que morir.

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