viernes, 28 de agosto de 2015

SURFEANDO SOBRE MI CAPARAZÓN

Entiendo al viejo decrépito
que apostó su dignidad por otro soplo de tu encanto,
pues tú eres, sin duda, más convincente
que estas molestas evidencias que nos separan.

Te despediría con un beso corto en la parada del nocturno
porque los autobuseros nunca esperan a los besos largos;
creo que deberías tener dos novios,
aunque entiendo que aún no estamos en el siglo XXII;
ojalá te descubra muchos defectos
para así quererte aún con más convicción;
y volvería a pararme a mitad de carrer de Bellver
si gimiera de nuevo esa vecina.

Espero que tus sueños tengan algo de pesadilla,
yo soy así,
y así me están apartando,
y así me abrazarán.

Me la suda todo
me la suda menos que nunca.

Esas parejas aburridas
por todos los rincones de la ciudad,
que se maten ya entre ellos.

¿No tienes una hermana gemela?
bien, sabemos que no sería lo mismo,
y es que, si llegado el día, no lo acepto,
será porque tu amor es resignado,
hecho de papilla de sentimiento,
feo, risible, apolillado.

El tiempo me clava agujas de dos en dos,
yo me las quito de una en una,
y mi piel tierna aunque marcada es la demostración
de que pienso salir adelante,
pero nunca sobreviviendo.

miércoles, 26 de agosto de 2015

LA VIDA CARGA Y ARRASTRA

(septiembre 2007)

Y apareció inesperadamente en escena, con una larga estela invisible de momentos tras de sí. Vestía informal, pero más arreglada de lo que solía, sobretodo por ese ancho cinturón marrón que abrazaba su cuerpo por las caderas, éstas más anchas que en el noventa y nueve, y que la hacían aún más irresistible. Todo sumaba, entonces, para mal o para bien. También se había visto contagiada por el furor general del nuevo milenio hacia las ochenteras Converse, en su caso, rojas. Y conservaba el mismo corte de pelo. Tonterías aparte, recordé de golpe sus ojeos curiosos y fugaces, su manera de pavonearse junto a sus amigas mientras los chicos improvisábamos porterías en callejones a base de convertir grietas en palos y manchas de pintura en travesaños, su desprendimiento, cómo lanzaba comentarios directos e intimidatorios a yo, el chico extremadamente vergonzoso, sus enormes dientes, propietarios de una patente de corso respecto a bocas bonitas, al reírse de mi rostro abrumado y mis balbuceos idiotas, y sus propuestas sobre juegos de girar botellas y alcohol barato en pisos vacíos y demás, que yo siempre rehusaba sistemáticamente, y que podrían haber adelantado cinco años la pérdida de mi virginidad, pero que fue un lustro más. Todo suma, para bien o para mal. Lo cierto es que hacía años que ya era historia, tan historia como que el hecho de estar observándola de arriba a abajo, de izquierda a derecha, en zigzag, por todos lados, abre las puertas de la conciencia a carcomidos recuerdos aparcados, y la aprecio desde una distancia prudente, como hacía antaño desde la ventana de mi casa, semiocultado entre largas macetas con geranios y zapatillas ventilándose, a la menor coincidencia entre su ir y venir y mi permanecer homicida que vio perecer un aspecto de mi juventud, y hacía cábalas acerca de sus ojos misteriosos, avispados, de mirada indómita, sin comprender en absoluto mi inquietud, pues no era ella ni otras ni mis propias pelotas, sólo unas que ahora estarán desaparecidas o deshinchadas, era hostilidad de obcecado acomplejado ante sílfides en proceso de formación, más cerca de lo segundo que de lo primero. A una docena de pasos, es como conocer a un extraño, piezas que cubren su sitio una vez no estás atontado, maquillaje que busca haber cambiado algo, pero sólo distorsiona lo que siempre ha estado. Tan diferente, pero tan ella. Cómo no iba a reconocerla, si seguía invariable su media melena.