lunes, 15 de agosto de 2016

SO CURE HAITÍ

(marzo 2006)

El vestido era realmente precioso, de tono vivo con detalles florales, pero yo no había venido a eso. No hoy, por lo menos. Lo observé, y luego estuve atento al gran griterío. Así parecían claudicar a todo miedo personal, y los bordillos seguían igual de sucios. Nada era orgánico, qué coño, ahí había de todo. Todo muy caótico. Pero al pasar frente a la hilera de rostros indelebles, se mezcló el respeto y la tensión. Su poder y su satisfacción. Y cuando flores amarillentas de imaginería tecnicolor, volando pero siempre permanentes, desplazaron la importancia al rincón más apartado de la atención, el zumbido descargó un tamiz para recuperar la marginal de su desplazamiento. Y volvimos, volvimos, tonos grises y movimiento automatizado. Lo esperable prefirió, y las piedras de las manos escondidas destriparon el raciocinio. Actuaron pareciendo que tenían motivo, pero su nula selectividad desterraba esta lógica de mis palabras. No, claro que no. Pero ¿quién tiene valor para poner la cabeza en la boca del león? Si más no, entonces no lo hubo. Y la bacanal de dolor siguió su transcurso, y abrazó a las causas hasta destrozarlas, cual serpiente descomunal. Solían hablarnos de su protectorado, y no eran más que cuchillos en nuestra piel de manzana. Y ya vino a desgarrar en mí, impactando maquinalmente, golpeando y golpeando hasta reblandecerme. Sin tregua a la locura agresiva. Y desperté inmóvil, inerte. Y todo estaba lleno de humo. Y se intuían los gigantes arquitectónicos incapaces de alcanzar. Y estas palabras luchaban por salir de mi masa cerebral. Pero cerré los ojos. Y permanecí en silencio.

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