domingo, 3 de agosto de 2014

QUÉ TRANQUILO DUERME UNO CON UNA CÁPSULA DE CIANURO EN EL CAJÓN

La mortalidad impide el sufrimiento eterno,
ya es motivo para alegrarse,
pues no hay bomberos ni ungüentos
para un cerebro en llamas.

Me medicaría si hubieran pastillas contra la depresión que provoca estar tomando pastillas contra la depresión,
hasta entonces, escribo,
hago explosivos en verso con pólvora desigual,
también juego al pragmatismo,
y evito a los especialistas que ayudan a resignarte aún más.

Cada noche tengo broncas con mis sueños,
porque me levanto apalizado,
en efecto, esta pasta es especial,
se deforma por muy bien moldeada que esté,
y, claro que iré hacia la luz,
es el fuego donde las almas se desintegran.

Todas las tertulias de la radio aconsejan sobre cómo agonizar mejor,
por un módico precio te explican la filosofía de la supervivencia,
intentan convencer con su labia impronunciable
a tus pulmones inflamables.

Los hijos no te curan la tristeza,
la sepultan,
y, en el jaleo de las responsabilidades,
te ignoras con convicción,
y la vida pasa.

La muerte en suerte,
lo sabe quien no deja de criticarme con sus suicidios,
la aorta está para algo,
pero opta por cualquier punto falible,
haraquiri de pacotilla
de un atrevido guerrero cobarde.

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